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Rincón de Ailene y Miguel Án

CUENTO DE NAVIDAD CON RETRASO

 

El veintitrés de diciembre llamaba yo desde una cabina de Zocodover a Puri, de Alcaraz, para felicitarle las Pascuas, cuando vino una muchacha a hacerme señas y enseñarme un papel. Le dije que esperara un poco y terminé la conversación en tres minutos. Leí el papel y se trataba de una cuestación a favor de una asociación de sordomudos. Había que poner el nombre, el DNI, la firma y la cantidad que se deseaba donar. El objetivo era doble, conseguir dinero para la asociación y firmas para que el Gobierno se interesase por una nueva ley de integración de los minusválidos. Yo no soy nada amigo de este tipo de solidaridad callejera, pero había hecho esperar a la muchacha y me sentía comprometido, así que rellené el papel y le di cinco euros. Por encima de mi firma había bastantes de extranjeros con cantidades de dinero mayores, llegué a ver cincuenta euros. Pues nada. Era Navidad y la gente está más sensible. La chica me sonríe y se despide. Luego aprovecho que está abierto el banco –era sábado, cosa curiosa- y voy a hacer una gestión. A la salida, en los soportales de la plaza veo a la chica sordomuda hablando alegremente con otro cuestador e intercambiando dinero con él. Indico que no parecían extranjeros, que iban decentemente vestidos y que el papel que alcancé a ver tenía su sello y todo. Me acerco, pero ellos han empezado a caminar y se meten por la calle estrecha que va a dar a la no menos estrecha plaza donde Bahamontes tenía su tienda. El chico se despide y ya sólo alcanzo a la chica. Nada más verme quiere echar a correr, pero la agarro del brazo. Y empieza a llorar y a decir con claro acento extranjero: “Pur favor, pur favor, navidá, déjame, navidá, no más, pirdona, pur favor...”. Ni sordomuda ni nada. Se lleva la mano libre al pecho y saca de debajo del jersey un puñado arrugado de billetes que me mete en el bolsillo. La gente que pasaba miraba raro, claro, y ella: “Mi voy Madrí hora, pirdona, no más, navidá...”. Le pregunto que cuántos años tiene y que de dónde ha sacado los papeles de esa asociación. Hace ademán de enseñármelos (los sujeta con la mano aprisionada), la suelto, me los tira y sale corriendo. Y la gente que me mira y se aparta un poco al pasar a mi lado. Normal. Pues vuelvo a la plaza de Zocodover y me dirijo al coche de la policía que hay aparcado al inicio de la calle Comercio. A todo esto veo al otro cuestador engatusando a dos que parecen turistas. Le cuento al policía lo que había pasado, le enseño los papeles y el puñado de billetes y me dice que vaya a la calle de la Plata a poner la denuncia. Sí, pero aquel que está allí es también de los que estafan, le digo. Se encoge de hombros, que vaya a la calle de la Plata. Y pienso que no me cuesta nada ir a la comisaría de la calle de la Plata a poner la denuncia aunque son casi las dos y hemos quedado a comer con María José y José Augusto a en punto y en la comisaría como me atienda el que escribe con dos dedos y no sabe cómo se enciende la impresora me va a tener tres cuartos de hora como mínimo, y luego va a poner pegas al darme un recibí del dinero que le entrego, y no es mucho aventurar que si tiene el día cruzado me va a pedir explicaciones de por qué retuve a una menor sin ser yo autoridad y aún me la puedo buscar. Pero es mi obligación, y no me costaría nada hacerlo si como contraprestación el policía que no me hace ni caso y repite como un loro que vaya a la calle de la Plata a poner la denuncia hiciese amago de salir del coche e ir hacia el falso sordomudo a verificar que esa asociación existe y que el angelito no habla. Pero el poli no se levanta y decido hacerle un favor al mundo: vamos a ahorrarnos el papel y la tinta de la denuncia, supuesto que en el mejor de los casos, aunque localizasen a la chica, descubrirían que es menor de edad y no estaría en comisaría ni media hora, menos que yo poniendo la denuncia. E insisto en que me podría denunciar perfectamente diciendo que la he atracado, que no sería la primera vez que esto sucede, según me han dicho se denunció en el programa Callejeros del canal Cuatro.

Así que el final del cuento os toca escribirlo a vosotros: tengo casi doscientos euros con los que no sé qué hacer. Si los llevo a comisaría puede suceder lo que he dicho agravado por la demora en la denuncia. Si me los quedo y me los gasto en leche y pan o gasoil soy un miserable. Y si los dono a Ayuda en Acción, pongo por caso, más de cuatro me dirán que es dinero sucio, así que...

¿Qué haríais vosotros?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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4 comentarios

Ramón -

Pienso como Pablo y Beatriz. Si tus cinco euros (y el del resto de los que hicieron su aportación), los entregaste para los sordomudos... pues que lleguen allí... Al final resultó que la muchacha, sin saberlo, realmente estaba recaudando fondos para ellos.
En cuanto al final del "cuento", yo no lo dejaría con la llegada del dinero (tras el tortuoso recorrido), a su destino... Encontremos después a la chiquilla y démosle de nuevo el dinero, pero esta vez para ella: para unos vaqueros, unos zapatos, un bocata, un refesco...

Beatriz -

Voto igual que pablo. La gente que le dio el dinero fue con esa intención.
Un saludo,
Bea.

PabloA -

Bueno, siendo prácticos, ¿por qué no donarlo a alguna asociación de sordomudos? Al fin y al cabo, para eso fue entregado ese dinero.
(Digo yo, vamos)

Saludos.
Pablo de Aguilar

Rosa María -

Estoy segura de que no te lo vas a gastar en tí, así que dónalo a Ayuda en Acción. Yo no creo que sea dinero sucio. Lo de la comisaría ni se te ocurra porque sería una pérdida de tiempo; te tirarías tres horas haciendo la denuncia y la pasta se quedaría sin poderse devolver por no saber a quién. Además, tu debes hacer lo que te dicte tu conciencia. Un besote, Miguel Angel y otro para tu familia.