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Rincón de Ailene y Miguel Án

Los viajes de Fran

VIAJE A SIRIA

VIAJE A SIRIA

Me gustaría comenzar el relato del viaje comentando algunos aspectos generales. En primer lugar, para viajar a Oriente Medio es necesario intentar despojarse de muchos de los tópicos y prejuicios que los occidentales, inevitablemente, tenemos respecto de los árabes. Es cierto que a nuestros ojos occidentales su cultura, su forma de vivir y su organización social, nos parecerán primitivos, medievales. Efectivamente los son, pero con muchos matices.

¿Por qué esta zona del mundo? Esa es la gran pregunta. Todo el mundo sin excepción nos decía que estábamos locos, que cómo se nos ocurría viajar allí. Primer prejuicio derribado. Nunca en nuestros viajes nos habíamos sentido más seguros. Incluso el día que nos perdimos en un suburbio parecido a las chabolas de cualquier poblado gitano de aquí, incluso en ese momento, nos sentimos perfectamente seguros. La gente se limitaba a mirarnos de modo rayano a la curiosidad. Quizá sea porque son dictaduras, quizá porque aún no están muy acostumbrados al turismo, el caso es que el trato suele ser exquisito, amistoso y hospitalario. De todos modos la respuesta a la pregunta inicial no puede ser más clara: en ese lugar del mundo empezó todo. Todo lo que somos viene de allá. La civilización occidental, en un viaje de ida y vuelta, comenzó en oriente. Las primeras civilizaciones surgieron a orillas del Tigris y del Eufrates. Las huellas lejanas de lo que somos, las más antiguas, están allí. Es el lugar dónde buscar las respuestas más antiguas.

Quizá no es el viaje más hermoso. No nos vamos a deleitar con paisajes sublimes. No vamos a extasiarnos con hermosísimas y encadenadas obras humanas, no nos va afectar el síndrome de Stendhal. Y sin embargo es todo un viaje de conocimiento, un viaje imaginario de cinco mil años de historia y también el acercamiento a una cultura que nos produce tanta atracción como rechazo: la islámica.

Me gustaría hacer una reflexión. De todos los viajes que he realizado es el que más me ha hecho pensar, porque por un lado mis propios prejuicios sobre los árabes y por otro lado la realidad que nos encontramos, nos hizo sentirnos divididos. Por un lado un innegable sentimiento de repulsión, del que en absoluto me avergüenzo, puesto que para nosotros, occidentales, nos repugnan muchas de las realidades sociales que allí están presentes: el trato a la mujer, que en la práctica no es más que un animal doméstico, la despreocupación absoluta por el mantenimiento del orden, la limpieza, el patrimonio cultural... Pero por otro lado conoces a seres humanos concretos, con familias, sentimientos, espejos en los que nos reflejamos, mucho es lo que nos asemeja y muy poco lo que nos separa. El veredicto final para mi es la ausencia de juicio, simplemente no me atrevo a juzgarlos, al fin y al cabo, no hace tantos años en España no estábamos mucho mejor de lo que ellos están. Además me conmovió su fatalismo: tienen absolutamente claro que en algún momento habrá guerra con Israel y Estados Unidos, lo que parece que les lleva a vivir al día, con alegría, con cierta despreocupación. No puedo olvidar los ojos de los niños mirándonos, curiosos y sonrientes, la amabilidad de la gente, hospitalarios y acogedores. Tampoco puedo olvidar su obsesión por el dinero, por el comercio. Mercaderes, sin ningún espíritu intelectual o creativo, no aportan nada nuevo, como los judíos, sólo interesados en vender y comerciar. Contraste que te lleva a amarlos y odiarlos a partes iguales.

La narración, por el momento, se va a dividir en dos partes. La primera está dedicada al gran desconocido de Oriente Medio: Siria. La segunda estará dedicada a la fotogénica Jordania.

Por razones logísticas no nos fue posible incluir Israel en la visita. La estúpida política internacional nos lo impidió. Dedicaremos una futura tercera parte a Israel. Hoy por hoy no resulta demasiado sensato viajar al Líbano, lo que es una lástima, de Irak sobran comentarios. Trabajaré duramente para convencer a mi mujer de viajar a Irán en el futuro, lo que constituiría la cuarta parte de un periplo excepcionalmente interesante.

 

Primera parte: Siria

 

Comienzo con una breve descripción del país. No es Siria un país especialmente grande, aproximadamente la mitad de España. Limita al norte con Turquía, al oeste con el Líbano e Israel (con el cual mantiene un contencioso por la titularidad de los altos del Golán), al Sur y Sureste con Jordania y al este y nordeste con Irak.

El país, físicamente se divide en dos zonas claramente diferenciadas, al este, el desierto, que ocupa la mitad de la superficie del país y las zonas fértiles al oeste. Posee una pequeña franja costera de unos 180 km en el mediterráneo, al norte del Líbano, del que lo separa una cordillera montañosa, el Antilíbano. Los altos del Golán, ocupados por Israel, son insistentemente reclamados por Siria. Su importancia radica en su riqueza en acuíferos, quien los posee, posee la llave del agua en un lugar del mundo en el que el agua vale tanto como el oro.

Viven en Siria unos 17 millones de sirios. Más del 40 % son menores de 14 años. Su capital política es Damasco. Aleppo, Homs y Hama son sus otras ciudades más importantes.

Por lo que se refiere al clima: en verano y casi otoño, el calor no da tregua, sólo alivia la sensación térmica la sequedad. El sol calienta hasta dañar. La mejor época es primavera, cuando las temperaturas dan una tregua y el paisaje se viste con más notas de color. El invierno puede ser bastante frio.

 

Damasco

Se disputa con Aleppo el título de ciudad más antigua del mundo habitada de forma continua, aproximadamente unos 8000 años. Actualmente es la capital política del estado. La habitan unos 6 millones de personas y ocupa una extensión inmensa, inabarcable con la vista.

Cuenta la leyenda, que Mahoma, viendo la ciudad desde un alto, se negó a entrar en ella, pues en el paraíso solo se entra una vez. Hoy en día la belleza no deslumbra, ni mucho menos, pero no cuesta imaginarse, vistos los rescoldos de la hoguera, la magnificencia de lo que fue. Damasco, por desgracia, se cae de puro viejo, sucio y descuidado. Salvo excepciones notables, la Ciudad Vieja con su Zoco, están decrépitos. Y pese a ello el encanto es innegable.

Paso a esbozar una ruta con los imprescindibles de Damasco. El tiempo estaba limitado, así que aunque Damasco ofrece mucho más, me limito a comentar un poquito lo imprescindible.

En primer lugar el Museo Nacional, donde se expone de un modo un tanto caótico un repaso a las diferentes civilizaciones y culturas que han pasado por el actual territorio de Siria, vestigios de los innumerables yacimientos arqueológicos:Ugarit, Mari, Dora Europos, Palmira... Curiosamente el mayor tesoro del museo lo constituye una pequeña tabla de arcilla, del tamaño de un dedo, en la que se recoge por escrito, por primera vez, el primer alfabeto. De todos modos resulta espectacular la colección de arte del museo. Las salas están tan repletas que los jardines del Museo se encuentran atestados de lo que no les cabe dentro.

Al lado del museo se alza la imponente Mezquita de Solimán el Magnífico, recuerdo de la dominación turca y lamentablemente no visitable.

Las demás grandes atracciones de Damasco deben buscarse en la ciudad vieja.

En primer lugar, el edificio más destacado de todo Damasco, en el corazón de la ciudad vieja, es la Mezquita Omeya. La visita e inexcusable. Su patio de mármol es magnífico, sus alminares hermosísimos, los mosaicos bizantinos que adornan sus fachadas interiores fabulosos. El interior, completamente alfombrado, pleno de luz, invita a la paz y el recogimiento.

Fue basílica cristiana antes que mezquita, los mosaicos, una pila bautismal y el sepulcro de San Juan Bautista dan testimonio de ello. Antes de ser basílica cristiana fue templo romano dedicado a Júpiter. Algunos restos de columnas y capiteles que se conservan en el exterior nos lo recuerdan. Y antes fue templo arameo dedicado al dios Hadad. O lo que es lo mismo, ha funcionado como lugar de culto durante los 3000 últimos años.

Los musulmanes entran en Damasco en 636, durante 70 años comparten el edificio con los cristianos, pero cuando damasco se convierte en capital del Islam, el califa Khaled ibn al-Walid expulsa a los cristianos de su basílica, derriba los restos romanos y construye la basílica más excelsa del Islam. Hoy en día es la tercera en importancia del mundo, sólo por detrás de las de La Meca y Medina.

En el recinto de la mezquita hayamos otra curiosidad: el mausoleo en el que yace Saladino, el artífice de la expulsión definitiva de Jerusalén de los cruzados, una de las espadas más santas para los musulmanes.

Los musulmanes no solo respetan, sino que veneran, la tumba de San Juan Bautista, el profeta Yiha, para ellos.

También aquí se encuentra el sepulcro de Hussein, nieto del profeta y figura central del chiísmo, la segunda corriente más importante del Islam.

Tuvimos la suerte de visitar Siria durante el Ramadán, lo que nos permitió ver cómo viven los musulmanes una época tan importante para ellos como para nosotros puede ser la Navidad. Una de las cosas que más nos llamó la atención es la paralización del mundo cuando el Muhecín llama a la última oración del día, a la puesta del sol, momento en el que por fin los fieles pueden tomar alimentos y beber y fumar. En la mezquita se reúnen a comer aquellos que carecen de recursos, la comida y la bebida que ingieren la regalan los fieles más pudientes. Justo en ese momento en que la gente entra en la mezquita, estábamos allí, viéndolo, cuando no cabía más gente dentro, salieron unos fulanos armados de porras "disuadiendo" a aquellos que se quedaron fuera para que no intentasen entrar. Impresionantes... los porrazos y las carreras.

El resto de la ciudad vieja: simplemente perderse por ella, callejear sin rumbo, perderse por callejones por los que a duras penas pueden cruzarse dos personas, admirarse de los bonitos ejemplos que quedan de casas damascenas, colarse en los patios de algunas de estas casas, deslumbrantes de frescor y belleza, tan parecidos a los patios tradicionales de las casas andaluzas. Hacer la visita del palacio Azem y por supuesto perderse en el Zoco, sus madrazas, sus puestos de jabones, especias y baratijas de todas clases. Atención a las tiendas de lencería femenina, no sabes si sonrojarte, reírte o las dos cosas. Pasead por la calle recta, que no es recta pero recorre la ciudad vieja de lado a lado. Vale la pena darse una vuelta por el barrio cristiano, visitar sus iglesias, especialmente la iglesia-gruta de San Ananías, meterse en alguna tienda, saborear un te aromatizado y dulce y en definitiva patear calle para impregnarse del ambiente y comprobar, que en el fondo, no somos tan diferentes de ellos.

Palmira

Salimos de Damasco, en dirección Noreste, internándonos en el desierto sirio, que no es de arena, sino de piedras y tierra pardas. En medio de ese desierto se halla un conjunto de pequeños oasis: estamos en Palmira.

Palmira aparece documentada por primera vez en textos de más de 4000 años de antigüedad. La razón de su prosperidad en la antigüedad deviene de su situación estratégica: en plena ruta de la seda, las caravanas que procedían del Mediterráneo hacia Oriente y viceversa, se veían obligadas a pasar por aquí, ya que al encontrarse en un oasis, fue un importante punto de parada y aprovisionamiento para las caravanas que pagaban cuantiosos derechos aduaneros. Es por ello que fue una ciudad próspera y rica.

El acontecimiento histórico más conocido, quizá más legendario que real, ocurrió hacia el 267 de nuestra era, cuando la viuda del rey, la legendaria reina Zenobia se levantó contra Roma, dueña de la provincia, y atacó a las legiones romanas, poniendo bajo su dominio Siria, Palestina y parte de Egipto y declaró su independencia de Roma. El emperador romano, Aureliano, no pudo tolerarlo, atacó a su vez, sitiando Palmira y devolviendo Palmira al Imperio. Después de estos hechos Palmira entra en progresiva decadencia. En 634 la conquistan los árabes pero posteriormente cae en el olvido, arrasada por terremotos y olvidada por los hombres.

Lo que hoy podemos ver de Palmira, las ruinas que se han excavado y en parte reconstruido, nos dan una idea aproximada de la belleza y el esplendor que debió poseer. Los monumentos más destacados a visitar son los siguientes.

1- El templo de Bel. Se trata de la estructura mejor conservada. Consiste en un cuadrado de aproximadamente 200 metros de lado, con varios edificios en su interior. El tamaño de todas las construcciones es superlativo: enormes columnas de trabajados capiteles sobre enormes plataformas, muros exteriores de metros de espesor, capiteles, dinteles y trabajados triglifos y metopas, plenos de esculturas de variada temática se diseminan por el suelo. Es impresionante. Comparable en tamaño y esplendor a los templos egipcios.

2- Las dos calles transversales que constituían el eje alrededor del cual se disponía el trazado de la ciudad. La avenida principal se inicia con un precioso arco de factura romana, cuya principal característica consiste en que no se trata de un arco si no de dos, que se cruzan en doblándose en una especie de bisagra. A partir de ahí y durante 1 kilómetro se prolonga una avenida delimitada por ambos lados por una magnífica columnata. En el cruce con la otra avenida principal se levanta el Tetrapylon, completamente restaurado y ciertamente precioso. A ambos lados de la avenida columnada se levantan los restos de los monumentos.

3- El teatro, pequeño, muy bien restaurado y muy bonito

4- El ágora, el auténtico corazón de la ciudad, lugar en el que se desarrollaba la vida comercial de Palmira. Los restos no son excesivamente espectaculares, pero sí llama la atención.

5- El templo de Baal. Pequeño coqueto y fotogénico. Muy bien restaurado. El sol se pone justo por detrás de él, lo que permite retratarlo con una luz que hace que parezca dorada la piedra.

 

Fuera de la ciudad antigua de Palmira se encuentra dos lugares que merece mucho la pena visitar. El valle de las tumbas y el castillo árabe.

El valle de las tumbas se encuentra a muy pocos kilómetros de la ciudad, de hecho las más cercanas son perfectamente visibles desde las ruinas. Se diseminan los restos de cientos de tumbas, muchas de ellas sin excavar y se supone que muchas aún sin descubrir, por éste valle.

Existen dos tipos de tumbas, tumbas torre y tumbas hipogeas. En el interior son similares. Las tumbas torre como su propio nombre indica, son construcciones en forma de torre. Las hipogeas son tumbas excavadas en la roca. Su interior, en ambos casos es magnífico: complejos programas iconogáficos de pinturas y esculturas, trabajados sarcófagos en los que aparecen esculpidos los retratos de cuerpo entero de sus ocupantes. Zonas de nichos. Decir que todas ellas son tumbas comunitarias, en las que se enterraban generaciones pertenecientes a las mismas familias. Obviamente, por la riqueza de estos enterramientos, se deduce que se trataba de personas y familias pudientes e importantes y a su vez nos habla de la riqueza e importancia de la ciudad. Comentar también que por desgracia la mayor parte de ellas han sido expoliadas, es por ello que el interior mejor conservado, ha sido trasladado casi íntegro al museo de Damasco.

Por último, al anochecer, vale la pena subir a ver la espectacular puesta de sol al cercano castillo árabe que desde lo alto de un monte cercano domina toda la ciudad. Te sientas y disfrutas viendo cómo el sol se pone mientras tiñe de rojo y púrpura las ruinas de Palmira.

El Crac de los caballeros

Castillo de castillos, fortaleza cruzada, última posesión de los Caballeros Hospitalarios en Tierra Santa, lugar de leyenda que nos retrotrae a la época de las Cruzadas.

Comenzaré por describirlo un poco. El Crac no es un castillo sino dos. El más antiguo es el castillo interior, de origen árabe, construido en el año 1099, poco después conquistado por los cruzados, que lo amplían y refuerzan. Es es en esta parte del castillo en la que se puede visitar los restos góticos: capilla, sala capitular, comedor y dormitorios. Además impresiona el inmenso patio de armas, las torres que lo flanquean y otras curiosidades como la cocina y su horno de pan, en el que se cocía diariamente para sus tres mil ocupantes, las letrinas, las cuadras y los enormes almacenes abovedados. También los pasadizos ocultos y los pequeños secretos que encierra. Es necesario tomar nota de lo ancho y alto de los muros exteriores del primer castillo, simplemente apabullante, imposible tomarlo al asalto.

El segundo castillo rodea al primero, dejando un foso entre ambos. Fue construido por el sultán Baybars, que después de expulsar a los Hospitalarios y tomar la fortaleza, decide reforzarla levantando un segundo y enorme muro que convierte a la fortaleza en aún más inexpugnable.

Al subir a las torres se comprende la razón por la que se levantó el castillo precisamente en éste lugar: se encuentra en un alto desde el que se domina todo el rico valle del Orontes, es más, en días claros se puede ver el Mediterráneo. Además un sistema de puestos de alarma en las montañas vecinas permitía poner al Crac y sus ocupantes sobre aviso, por lo que no era posible sorprenderlos. Pos si fuera poco, lo escarpado del terreno, amén de sus poderosas defensas, lo convertían en virtualmente intocable.

Hama

Se trata de una de las ciudades más importantes de Siria. Su ciudad vieja se conservaba notablemente bien, intrincada y bonita, pero fue arrasada en el año 82 por orden del presidente Sirio, ya que era un nido de extremismo islámico, y decidió cortar por lo sano. Lo destruido no se reconstruyó como era así que apenas queda nada que visitar, excepto sus norias.

Homs es la principal ciudad del valle del Homs. Es ésta la zona agrícola del país, su zona más fértil desde la antigüedad. El río Orontes cruza la ciudad a través de un pequeño cañón, lo que convierte a sus orillas en demasiado altas para que el agua pueda desviarse mediante simples acequias. Por ello la solución ideada fue recoger el agua mediante enormes norias que la hacen subir hasta acueductos que conducen el agua hasta las acequias de riego. Dichas norias, la más grande de las cuales sobrepasa los 20 metros de altura, están construidas enteramente en madera. Datan del s. XVII y aún funcionan. Al moverse gimen, produciendo un sonido como un canto desafinado y continuo.

En Hama comprobamos que la llama del islamismo más estricto y radical sigue encendida. Apenas vimos mujeres y las pocas que vimos vestían enteramente de negro, con una túnica que les cubría de la cabeza a los pies y un velo que les tapaba la cara, no dejando ni un hueco para los ojos. La temperatura rozaba los 40 grados y hasta llevaban guantes. Tenebroso.

Nos marchamos de Hama casi asustados y con mal cuerpo. Las miradas no eran amistosas. Lo que vimos tampoco invitaba a quedarse demasiado tiempo.

Las ciudades muertas

Se trata de las ruinas de 5 ciudades romanas y bizantinas, destruidas por terremotos y abandonadas para siempre. Visitamos dos de ellas: Aphamea y Serjilla.

Aphamea:


Poco queda que visitar. Mucho falta por excavar. Los restos de la muralla de ésta ciudad romana abarcan un perímetro de siete kilómetros, lo que nos da una idea del tamaño e importancia que tuvo. También conocida como la ciudad de las mil columnas. Es debido a la columnata que se levanta a lo largo de todo el cardo o calle principal, el eje norte-sur que marcaba el desarrollo de la ciudad cuyos restos, restaurados se prolongan durante casi dos kilómetros y medio. La columnata nos muestra preciosos ejemplos de capiteles y fustes, dóricos, jónicos, corintios así como eclécticos y helenísticos los unos, acanalados lisos o salomónicos los otros. Variedad y cantidad. Visita imprescindible. Impresiona por su majestuosidad.

Serjilla:

Pequeña y encantadora ciudad fundada por los bizantinos en el siglo IV de nuestra era y abandonada para siempre apenas 150 años después, debido a que fue destruida por un terremoto.

Muchos de sus edificios se conservan casi enteros, faltándoles sólo el tejado. Destacan los restos de lo que fue basílica cristiana, el edificio de los baños públicos, varias tumbas y villas familiares. Curiosamente el edificio mejor conservado fue la taberna de la ciudad. Me llamó especialmente la atención los sarcófagos decorados con motivos marineros, anclas, timones, etc., que nos informan sobre la profesión de su ocupante. Y me llama la atención porque el mar se encuentra bastante lejos, pero el carácter comercial de Serjilla probablemente lo explica.

Llama la atención el paisaje lunar que rodea Serjilla, un inmenso pedregal que contribuye notablemente al aspecto fantasmal de las ruinas. Desasosegante.

Alepo

Se trata de la segunda ciudad en importancia de Siria. Es la segunda ciudad más poblada después de Damasco y la más grande en extensión. Compite con Damasco también por el título de ciudad más antigua del mundo. Personalmente me gustó mucho más que Damasco. Mejor conservada y con más encanto. Carece del carácter más cosmopolita y occidental de Damasco, pero sus encantos son otros.

Hasta hace relativamente poco fue una ciudad más occidentalizada: uno de los cuarteles generales de Lawrence de Arabia, última estación del Orient Express, visitada por occidentales conocidos, puerta de entrada a oriente. Hoy no ya no es así. Por el contrario, aunque conviven musulmanes y cristianos en buena relación, al menos aparentemente, Alepo es uno de los bastiones del islamismo más conservador y escrupuloso. Aquí no es posible olvidar que estamos en Oriente. Las mujeres van rigurosamente tapadas, la mayoría de hombres visten de forma tradicional, chilabas y túnicas.

De todos modos el ambiente de la ciudad es atractivo y exótico para nosotros

Visitas imprescindibles:

1- La ciudadela: Construida sobre un promontorio natural, perfectamente fortificada y rodeada por un foso. Alberga una miniciudad en su interior con sus mezquitas, su teatro, sus baños, su palacio amén de una pléyade de dependencias auxiliares. Actualmente está en proceso de excavación y restauración, pero vale la pena darse un paseo por ella.

2- El zoco: el más grande de Oriente después del Gran Bazar de Estambul. Se trata de perderse por sus laberínticas e intrincadas galerías. Empaparse de olores y colores, dejarse acosar por los vendedores, visitar las madrazas y caravansares integrados en su estructura y por supuesto comprar alguna que otra cosa.

3- La gran mequita: adosada al zoco o el zoco a ella. Impresionante el gran alminar, altísimo y delgado como un alfiler, lo único que se conserva del primitivo edificio, varias veces derrumbado y reconstruido. Pegada a la mezquita una antigua madraza, en cuyo centro se encuentra la fuente en la que hacen sus abluciones los fieles antes de rezar.

4- El barrio cristiano: excelentemente conservado. Su estructura medieval e intrincada invita a callejear sin rumbo, perderse por bonitos callejones porticados y abovedados, visitar sus iglesias católicas, griegas, ortodoxas, minoritas, etc. Buen lugar para comer. La zona con más encanto de Alepo.

San Simeón.

Al norte de Alepo se encuentran los restos de una basílica bizantina dedicada a San Simeón el estagirita, el eremita que vivió 40 subido a una columna. A su muerte, sus discípulos levantaron una iglesia alrededor de la columna, posteriormente se levantó la basílica. Los restos que hoy se visitan, en lo alto de un cerro rocoso, abarcan la basílica un cenobio y un baptisterio. Se encuentran bastante bien conservados y merece la pena la visita, no solo por la belleza de los mismos, también por la belleza paisajística y las vistas.

Maalula

Para mí es la visita más prescindible de Siria. Se trata de un pequeño pueblo de los alrededores de Damasco. En Siria, aproximadamente el diez por ciento de la población profesa el cristianismo. En Maalula el noventa por ciento. Pero no tiene más que 5000 habitantes. Tiene dos monasterios, Santa Tecla y San Sergio. No tienen nada de especial. Muchas iglesias y casitas las unas pegadas y sobre las otras. La principal curiosidad es el lugar en sí. Dos montañas separadas por un angosto barranco, las casas se desperdigan por las dos laderas, empinadísimas del pueblo. Bonito pero nada del otro jueves.

Bosra

Localidad fronteriza con Jordania. En la antigüedad grecorromana formó parte de la Decápolis, la liga o federación comercial de ciudades de la zona. Lo más destacado con diferencia es su teatro romano, afortunadamente conservado por los árabes y maravillosamente conservado. Tiene fama de ser el teatro romano mejor conservado del mundo.

Llama la atención la piedra basáltica, casi negra con que está construido. Su acústica es excelente. Los graderíos podían acoger a unas 15.000 personas sentadas. Desde arriba casi da vértigo mirar hacia el escenario. La fachada de éste último también está muy bien conservada.

La razón de la buena conservación radica en el hecho de que los árabes en lugar de derrumbar lo construido, lo aprovecharon para construir y fortificar su ciudadela, así el teatro quedó incrustado y preservado en la ciudadela y así nos ha llegado.

Hasta aquí el periplo por Siria. Próxima entrega, Jordania. Otros aspectos generales como la comida, el atuendo y otros los comentaré al finalizar Jordania.

 

 

 

 

VIAJE A CHILE

José Francisco Buño Barreiro, Fran en lo sucesivo, como carece de vicios caros conocidos (o bien los lleva en secreto, o bien se los costean terceros), se dedica a viajar con relativa frecuencia a destinos que exceden de su Galicia natal. A partir de ahora, cada vez que vuelva de uno de estos viajes compartirá en este blog sus impresiones. Comenzamos con su viaje a Chile.

Recién he terminado de leer Inés del alma mía, libro de la escritora chilena Isabel Allende. La recomendable novela cuenta la historia de Inés Suárez, compañera de Don Pedro de Valdivia, conquistador de Chile, verdadero padre de la patria chilena.

No he podido evitar recordar el viaje que realicé no hace mucho a tan bello país y es por ello que me he decidido a contar un poquito de ese viaje, como primera colaboración con el compañero y amigo Miguel Ángel.

Corresponde empezar dando una sucinta definición física del territorio. Es Chile un larguísimo corredor de cuatro mil trescientos kilómetros frente al mar y con la cordillera de los Andes a su espalda, apenas unos ciento cuarenta kilómetros en su parte más ancha y todo él salpicado de árido desierto, profundos valles, altísimos cerros, volcanes, bosques frondosos, ríos de aguas esmeraldas y herido por bellísimos fiordos, glaciares y heladoras pampas. Además aúna algunos territorios singulares: la isla de Pascua, el territorio administrado por Chile en la Antártida e incluso curiosidades como la isla de Juan Fernández, que inspiró el relato de Robinson Crusoe.

No me resisto a citar al gran poeta chileno, Pablo Neruda, cuando describe a su país de pasmosa belleza:

" Noche, nieve y arena hacen la forma

de mi delgada patria

todo el silencio está en su larga línea

toda la espuma sale de su barba marina,

todo el carbón la llena de misteriosos besos."

 

El país se divide en tres territorios diferenciados claramente por sus características físicas. El norte, que linda con Perú y Bolivia, es desértico, extremadamente árido. El desierto de Atacama, el más seco del mundo, conforma esta región. Sus pobladores originales pertenecen a los pueblos andinos, son descendientes de los Atacameños, nación tributaria del imperio Inca, que era la potencia de la zona cuando llegaron los españoles.

El centro del país es de clima suave, surcado por ríos revoltosos que se alimentan en la cordillera de los Andes. Discurren por valles fértiles, verdes, cuajados de frutales y viñas. Es ésta una zona que alimenta con prodigalidad a los chilenos. Tierras ricas y fértiles. Además, abundan los bosques de árboles milenarios, maravillosos lagos de origen glaciar y volcanes nevados. La arquitectura típica de la zona nos hace pensar que estamos en los Alpes, pues muchos de los habitantes de la zona son descendientes de emigrantes centroeuropeos.

El sur del país es el reino del viento enloquecedor y los espacios infinitos. Estamos en la Patagonia, la última frontera, el último territorio virgen. Viajar por la Patagonia nos hace sentirnos inmensamente solos, inmensamente pequeños, inmensamente agradecidos....

Ya antes de entrar en materia quiero recordar que Chile además vive no sólo de espaldas a la majestuosa cordillera de los Andes. También vive de cara al Pacífico, que es otra enorme fuente de riqueza para el país. Pescados y mariscos son deliciosos, sus pesquerías se cuentan entre las más ricas del mundo y ya es el segundo productor del mundo de salmón de granja, puesto que fiordos proporcionan las condiciones ideales para la producción.

Bien, comencemos.

 

 

1.- El norte: Atacama.

 

El norte del país está enteramente ocupado por el desierto de Atacama. De él se dice que es el más seco del mundo, y puedo dar fe de que es realmente seco. Es Atacama una enorme extensión de terreno, rica en cobre y otros minerales. Territorio arrebatado por Chile a Perú y Bolivia en la llamada guerra de la sal, precisamente porque sus inagotables reservas del preciado mineral acabó en disputa por la explotación de tan jugosos beneficios dinerarios.

El clima es extremo: mucho calor durante el día, la temperatura se desploma por la noche. La altitud impide que el calor sea mayor aún durante el día pero hace que refresque mucho por la noche.

El agua es un bien especialmente escaso en Atacama, por lo cual sus habitantes son especialmente diestros en su aprovechamiento y en el uso racional del recurso.

El desierto propiamente se localiza a más de 2000 metros de altitud, entre la cordillera de los Andes y la cordillera Central. Abarca una enorme meseta, que en otra era geológica fue el lecho de un mar. El color pardo, arcilloso lo domina todo y aparentemente, visto a lo lejos, todo parece igual. Y nada más lejos de la realidad. El desierto esconde paisajes singulares, valles lunares, lagunas imposibles y oasis de vida.

San Pedro de Atacama es la capital espiritual de éste territorio. Excelente lugar para utilizar como base para conocer el desierto. Es un pueblo indígena de calles rectas de tierra y construcciones de planta baja, hechas de adobe y encaladas de modo que con el sol en su cenit el blanco resulta cegador. Recomiendo darse un paseo por el pueblo, que aunque está literalmente volcado en el turismo, no ha perdido ni un ápice de su encanto. Además se supone que su aspecto no habrá variado mucho desde la llegada de los españoles hace cuatrocientos años. Merece la pena hacer una visita al cementerio local, orientado al volcán Licáncabur, un gigante de más de 6000 metros de altitud. Las tumbas de adobe, agrietadas, dejan entrever los cadáveres, momificados por el calor y la ausencia de humedad, de sus ocupantes. Sencillas cruces de madera señalan las tumbas, otras parecen túmulos al modo árabe... La iglesia es un ejemplo de estilo misionero, es decir, de la época en que los curas llegaban a evangelizar al indio. No me resistí a fotografiar al perro que merodeaba por dentro de la iglesia buscando quien sabe qué. Otra de las cosas que llama la atención es la curiosa mezcla de habitantes: una mayoría de indios andinos, desconfiados, resentidos contra los europeos, una pléyade de viajeros de todo el mundo y una buena cantidad de personajes de vida alternativa, saltimbanquis, porreros, más propios del Albahicín granaíno que del desierto chileno.

Desde Atacama una de las excursiones más recomendables es la del Valle de la Luna. La mejor hora para ir es a media tarde, antes de la puesta de sol. Dar un paseo por sus dunas de arena, meterse en el bolsillo algunos pedazos de sal cristalizada, admirar las curiosas formaciones rocosas que el viento implacable de la cordillera y miles de años de erosión han tallado y por último subir caminando a uno de los acantilados escarpados que flanquean el valle, observar cómo la sal depositada en el fondo del valle parece nieve desde la distancia y preparase para disfrutar de una de las más hermosas puestas de sol que yo haya visto. Con el sol a la espalda, presto a ocultarse, debemos mirar hacia la cordillera de los Andes y comprobaremos con asombro cómo los cerros y volcanes van cambiando de tonalidad según el sol se va ocultando, inigualable juego de sombras y tonalidades que subyugan y enamoran para siempre al que las contempla.

La belleza arisca del desierto me sorprendió, quizá por el contraste que supone respecto de lo que conozco, quizá porque aún me sorprende que la gente viva, sobreviva, en un lugar tan hostil.

El lugar que más me sorprendió de Atacama fueron los geiser del Tatío. El desplazamiento hasta allí desde San Pedro en agotador: levantarse a las cuatro de la mañana, avanzar en todo terreno por una pista pedregosa y llena de baches durante casi cuatro horas, salvar un desnivel de casi dos mil metros, hasta los cuatro mil doscientos, soportar a duras penas el mal de altura, el frío aterrador y la escasez de oxígeno. Pero vale la pena. El espectáculo allá arriba es de los que no tienen parangón.

Con precisión suiza, los geiser, desde que sale el sol y durante unas tres horas, comienzan a escupir vapor de agua, mientras borbotea el agua hirviente. Decenas de agujeros en la tierra se imitan los unos a los otros. En otros lugares, conos de la altura de una persona, escupen agua hirviendo como si fueran un volcán en miniatura. Es un paisaje surrealista, parece que estés en Marte. Sin que termine de comprender el espectáculo, tal y como empezó, termina hasta el día siguiente a la misma hora, como si un dios juguetón abriese y cerrase la espita del agua a su capricho. Termino la jornada dándome un baño en una piscina natural de aguas termales allí mismo, la temperatura del agua se acerca a los cuarenta grados, la exterior apenas sube de cero, el contraste me reconforta.

De regreso a San Pedro, luchando contra el mareo debido a lo tenue del aire que respiramos, tenemos la ocasión de ver un grupo de vizcachas, ese extraño roedor andino con pinta de conejo y cola de ardilla. No sé quien mira a quien, si ellas, somnolientas y relajadas, calentándose al sol o nosotros, que disfrutamos el raro privilegio de ver a ese animal tan tímido y desconfiado.

De los muchos lugares que esconde Atacama sólo tuve tiempo de conocer otros dos lugares. El primero de ellos es un pueblecito mucho más pequeño que San Pedro, Toconao, encantador, enteramente indígena. Allí unos indios nos dejaron ver y acariciar una cría de llama, después de comprarles unas prendas de lana de alpaca. Me llenó de ternura sentir cómo la llamita buscaba mi mano para que la acariciase y cómo protestó disgustada con una especie de balido cuando dejé de hacerlo. En Toconao también me llamó mucho la atención una cisterna en la que por lo visto almacenan el agua procedente de no se sabe dónde. Dicha cisterna estaba construida aprovechando una especie de gruta natural.

El otro lugar que me queda por describir es seguramente el paisaje más extraño que jamás haya visitado. Se trata del Salar de Atacama. Para empezar es absolutamente imprescindible visitarlo con gafas de sol, ya que el reflejo de la luz solar contra la costra de sal cristalizada además de insoportable es peligroso puesto que puede dañarse la vista. Describir el salar es realmente difícil. Imaginad una extensión de muchos kilómetros cuadrados. Imaginad una especie de costra de esquinas afiladas, rugosa como un papel de lija aumentado miles de veces y con unos setenta u ochenta centímetros de espesor. Imaginad que si agujereáis la costra debajo hay agua, un lago. Pues eso es lo mejor que puedo intentar definirlo. Este tampoco parece un paisaje de la tierra. Ningún animal sería capaz de caminar por encima del salar sin destrozarse en pocos metros las patas, es por ello que en la laguna salobre que se halla en el centro del salar crían los flamencos, ya que sus depredadores naturales son incapaces de llegar hasta allá. Me parece imposible que algún animal pueda sobrevivir en un lugar tan extremo, tan inhóspito, tan hostil. Y el caso es que no sólo los flamencos rosas prosperan, también los crustáceos que les sirven de alimento y algunos lagartos que probablemente viven del aire.

Pues esto es Atacama: paisajes lunares, indios inexpresivos, perros pulgosos, calor, soledad inmensa, belleza inabarcable y luz cegadora.

 

 

2 - El centro del país: la región de los lagos

 

Dejo para más adelante una breve referencia a la capital, Santiago de Chile y paso a centrarme en la región central del Chile. Por si aún no ha quedado claro, Chile es tan grande y tan diverso que recorrerlo y conocerlo en profundidad llevaría años recorriéndolo y saboreándolo, así que lo que yo conocí no es más que un pequeño apunte.

La impresión general que me produjo fue estar en un país verde, de bosques frondosos y rico en agua, ya en forma de ríos ya en forma de lagos. El suelo, negro, de origen volcánico, como atestiguan los volcanes que salpican todo el territorio.

Muchas de las gentes que habitan la zona son de origen centroeuropeo. De hecho una de las cosas que más me sorprendió fue el tipo de arquitectura, en madera y que recuerda a las casas alpinas. La sensación era de encontrarse en Suiza en lugar de en Chile.

La ciudad en la que nos alojamos, Puerto Varas, es en realidad una pequeña localidad a orillas del lago Llanquihue. La vista desde la habitación del hotel es idílica: el lago y al fondo, recortado contra el horizonte y con la luna iluminándolo, el volcán Osorno.

Desde Puerto Varas nos acercamos al Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. El parque se extiende entre bosques frondosos con el volcán Osorno presidiendo todo. El lago Llanquihue, alimentado por ríos procedentes del deshielo de la cordillera, de la que forma parte el volcán, es uno más de los muchos lagos que se diseminan por la zona, dando nombre a la región.

Uno de los ríos, el Petrohué, desciende alimentado por las nieves perpetuas del volcán Osorno, impetuoso, rugiente, formando espectaculares saltos y rápidos vertiginosos, aprovechando una colada de lava que le sirve de lecho y por la que se desliza como si fuese una autopista. De cuando en cuando se remansa, dejando ver unas aguas de un bellísimo color verde esmeralda, cortesía de los minerales dejados por las erupciones volcánicas.

Ascendemos una parte del volcán, para admirar las vistas del parque, del lago Llanquihue y un poco más allá del lago de Todos los Santos, que sirve como paso natural para entrar en Argentina. De fondo la cordillera, salpicada de cumbres nevadas.

Para el recuerdo me queda la enorme variedad de árboles y de pájaros, especialmente colibríes y pájaros carpinteros, que nos permitieron observarlos en su quehacer cotidiano, las orillas de arena negra de los lagos y las aguas esmeraldas de los ríos.

Ya de vuelta a Puerto Varas, decidimos bajarnos en Puerto Montt, para darnos un paseo. Es otra pequeña ciudad pesquera, al abrigo de un pequeño fiordo y cercana a nuestra base. En ella destacaba un mercadillo indígena de artesanía mapuche, pues el resto está bastante destartalado, aunque no deja de tener su encanto.

Nuestro último día lo dedicamos a recorrer la isla de Chiloé. Feudo mapuche, orgullosos de su origen. Los conquistadores españoles la llamaron Nueva Galicia, pues su geografía es intrincada, suave, verde y fértil. Se conserva el fuerte en el que se izó por última vez la bandera española antes de que Chile se independizase de la metrópoli. Lo que caracteriza Chiloé es su arquitectura y en concreto los palafitos. Casas construidas sobre pilotes enterrados en zonas intermareales, de modo que cuando sube la marea, las casas parecen flotar. Sus pueblos son como pequeñas Venecias de casas pintadas cada una de un color, ciertamente llamativas. También nos llamó la atención alguna iglesia construida íntegramente en chapa, como si fueran chabolas.

Decir también de la isla, que es la segunda más grande de Sudamérica, después de Tierra del Fuego. También que obviamente está bañada por el Pacífico. Sus costas son accidentadas y hermosas, llenas de vida, una increíble diversidad de aves marinas habitan allí.

Otra curiosa similitud con Galicia: abundancia de vacas y de pesca y de mariscos. También su tradicional aislamiento: está unida al continente sólo por medio de ferry.

Obviamente la región de los lagos es mucho más grande de lo que nosotros visitamos. La conforman cientos de ríos, lagos y fiordos y decenas de volcanes y parques nacionales. Es una región, además de bella, rica en recursos y fértil, por su origen volcánico y la abundancia de agua. De fondo siempre el telón de la cordillera y la frontera argentina a un paso.

 

 

 

3- La Patagonia.

 

Es sin duda una de las regiones más espectaculares del mundo. Ningún otro paisaje que yo haya conocido me ha sobrecogido de la misma manera. Verdaderamente es una de las últimas fronteras que te hace sentir que te encuentras en el fin del mundo.

En la Patagonia todo es superlativo. Las distancias son inmensas, las montañas altísimas, las nieves eternas, la soledad absoluta.

El viento sopla incansablemente, penetrando en tu cabeza, colándose entre tus ropas y congelándote. Pero vamos a intentar ir poco a poco.

La Patagonia es un territorio inmenso que se reparten Chile y Argentina. Su clima es extremo. Veranos cortos y suaves, Inviernos largos y durísimos. Viento inclemente, frío extremo y toneladas de nieve, lluvia y niebla protagonizan la estación invernal. La costa la conforma un laberinto de fiordos, canales y pequeñas islas que se desgajan del continente, en el interior los protagonistas son la pampa, las montañas y los lagos y glaciares. Por la dureza de su clima está muy poco poblada. Gran parte de su población es de origen yugoeslavo, emigrados escapando de la Primera Guerra Mundial. Resultan muy características en la Patagonia las denominadas Estancias, que no son otra cosa que inmensas granjas que ocupan miles de hectáreas de pampa y que se dedican a la cría extensiva de ganadería, especialmente oveja. Antaño ricas por el valor de la lana, hoy sobreviven apenas, por la depreciación de la misma. En todo caso merece la pena saborear el delicioso cordero patagónico.

Comencemos. Aterrizamos en la Patagonia en Punta Arenas, la ciudad más importante y más poblada de la región. Se levanta a orillas del estrecho de Magallanes. Frente a ella, la mítica Tierra del Fuego. Es una ciudad con encanto, abundantes muestras de arquitectura de varias épocas que atestiguan la prosperidad pretérita que permitió levantar muchos edificios notables. Destaca el palacio-museo de Ana Braun. Es muy curiosa la visita al cementerio. Desde Punta Arenas, nos desplazamos quinientos quilómetros hacia el norte, en un viaje de casi seis horas, atravesando un paisaje desolado de pampa. No atravesamos ni un solo pueblo en todo el trayecto, de cuando en cuando alguna casa aislada, testimonio de la existencia de una estancia. El paisaje es monótono: una inmensa sucesión de suaves colinas y llanuras, hierba, algunos matorrales y de cuando en cuando algún árbol que crece retorcido por la acción del viento.

Llegamos a Puerto Natales, un pueblo pequeño a orillas del fiordo Ultima Esperanza. Empinadas montañas cubiertas de nieve flanquean el fiordo, lo que nos permite disfrutar un paisaje realmente hermoso.

Desde Puerto Natales nos desplazamos al que dicen es el parque más bonito de toda la Patagonia: el Parque Nacional Torres del Paine. El acceso al mismo no es fácil, más de dos horas en todo terreno por una pista de tierra. Antes de entrar, visitamos una curiosidad, la cueva del Milodón. Es célebre porque en ella se halló la piel y los huesos de un milodón, una suerte de oso prehistórico ya extinguido. La cueva es además una curiosidad geológica, ya que se formó por acción de un glaciar, que literalmente le pegó una cuchillada a una colina, formando la cueva que parece una herida por arma blanca a enorme escala, puesto que es una hendidura mucho más ancha que alta y que se va estrechando y achatando hacia el fondo, siguiendo la forma de un triángulo, como una punta de flecha.

Entramos en el parque y la naturaleza decide ser generosa con nosotros: las nubes eternas que como un penacho normalmente ocultan la vista de las cumbres de las Torres, se escapan, barridas por el viento, permitiéndonos contemplar el macizo montañoso en toda su magnitud. Comprendemos de inmediato el por qué de su nombre: su forma recuerda a unos rascacielos o a los cuernos que sobresalen de una cabeza.

Durante la visita rodeamos casi completamente el inmenso macizo que se levanta por encima de los tres mil metros de altitud. Infinidad de lagos jalonan el parque, cada uno de un color, ya que son diferentes los minerales de sus lechos y por tanto las tonalidades varían mucho de unos a otros. Todos los lagos tienen origen glaciar. Algunos de ellos aún están directamente alimentados por glaciares. El más grande de ellos, el lago Grey, se alimenta del glaciar del mismo nombre. Caminar por una playa del lago, inclementemente azotada por el viento que empujaba enormes trozos de un hielo azulado, desgajados de la lengua del glaciar, enfrente de la playa, resultó una experiencia inigualable. Los pequeños icebergs, del tamaño de una gran motora, acababan varando en la playa. Desde allí también podíamos ver cómo la lengua del glaciar bajaba serpenteando por la montaña, hasta morir en el lago.

Otro de los espectáculos del parque son sus saltos de agua. Muchos de los lagos están unidos entre sí. Los pequeños ríos que los unen a veces forman espectaculares saltos y cataratas que rugen como pequeños Niágaras. Alguno de los lagos es tan grande que incluso tienen islas.

Nos cansamos de ver guanacos, que huían despavoridos si te acercabas más de la cuenta a ellos. También vimos muchos cóndores andinos sobrevolando nuestras cabezas sorprendentemente cerca. Incluso un zorro me dejó acercarme a él a menos de medio metro, siguió tomando el sol acostado ignorándome.

Y de fondo, majestuosas, las Torres. Me gustaría describirlas un poco. Son producto de un hecho geológico bastante curioso. Se puede ver perfectamente que predominan dos colores: el claro de las bases y el oscuro de las cumbres, que denotan su diferente origen: las cumbres son de origen volcánico, mientras las bases sobre las que se asientan, mucho más antiguas, son graníticas. Lo que ocurrió fue simplemente que el choque de las placas tectónicas que formó la cordillera de los Andes, hizo que la capa de roca volcánica, más moderna, se elevara y la base granítica sobre la que se asentaba, quedase al descubierto, al formar la montaña, produciendo un macizo a tres colores: claro del granito, negro de la roca volcánica y blanco de la nieve.

Aunque resulta caro, es muy aconsejable dormir al menos una noche en el interior del Parque, en alguna de las lujosas hosterías que alberga. Sentirte como un explorador, disfrutar la puesta de sol en medio de la naturaleza, sin televisión, con luz eléctrica sólo hasta las once y con un servicio cinco estrellas.

Al día siguiente disfrutamos de una larga y dura excursión de ocho horas a pie hasta la base de las Torres. Ascendimos casi mil metros, primero a través de un encajonadísimo valle que se adentra hasta el corazón del macizo. El fondo del valle lo recorre un pequeño pero impetuoso río, alimentado por innumerables torrentes de aguas puras y frescas que nos proporcionaron alivio a nuestra sed, ya que bajan directamente de las nieves eternas y los glaciares del macizo. También resultó llamativo que aunque en el paisaje que rodea al macizo predomina una vegetación básicamente de arbusto y matorral, en el valle se levantaba un hermoso y denso bosque.

Atravesamos el bosque siempre ascendiendo, alcanzando la altura en la que ya no crecen los árboles, hasta llegar a una barrena, por la que trepamos hasta la misma base de las torres, contemplándolas de forma que casi parecía que podíamos tocarlas con la punta de los dedos. A poco más de un kilómetro, separados por un lago de nosotros, se alzaban las paredes verticales de las torres y nosotros nos sentíamos en un lugar reservado a los dioses.

Nos despedimos del Parque Nacional, que guarda mil y una excursiones como la que nosotros disfrutamos. Con pena en el corazón pero también con la convicción de que algún día volveremos, nos despedimos de las Torres, que parece que saben que nos vamos, ya que nos dejar contemplarlas por última vez antes de que las nubes tapen de nuevo sus cumbres.

Otra experiencia embriagadora, la navegación por un fiordo. Tomamos el barco en Puerto Natales poniendo rumbo hacia el nacimiento del fiordo. En todo momento las paredes por las que se encajona parecen casi verticales. Por todas partes pequeñas y a veces no tan pequeñas cataratas vierten sus aguas al fiordo. Unos leones marinos, descansando sobre unas piedras, parecen amenazarnos con sus rugidos cuando el barco se acerca. Cuanto más nos adentramos en el fiordo, más altas son las montañas que nos rodean. Comenzamos a ver glaciares, con sus lenguas tocando el mar. Llegamos hasta una lengua de tierra en la que desembarcamos. Después de una breve caminata por un sendero estrecho abierto a través de un espesísimo bosque, llegamos a una pequeña ensenada en la que muere la lengua de un glaciar. Enormes trozos de hielo se desprenden y flotan en el mar. Caminamos hasta la misma lengua del glaciar, podemos incluso tocarla. Por encima de nuestras cabezas escuchamos el ruido que producen pequeños aludes de nieve en lo alto de la montaña. Del otro lado de la ensenada, hay un inmenso bosque desplegado entre valles y montañas, otro de los innumerables parques naturales de la Patagonia, dicen que está casi inexplorado. Es uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida.

El periplo marinero remata con un güisqui enfriado con hielo de glaciar.

Nos despedimos de la Patagonia contemplando el paisaje desde el avión y jurándonos que tenemos que volver.

 

 

 

4- Santiago de Chile

 

La capital es una gran ciudad. No llega a ser una de las megalópolis americanas que conocemos pero sin duda es enorme y está superpoblada. En general, en comparación con lo que ofrece Chile, no tiene demasiado interés. Su centro histórico se dispone en forma de damero, presidido por una gran plaza central en la que en su día tenían su sede todas las instituciones coloniales: catedral, poder religioso, gobernación, palacio de justicia, etc.

En el centro quedan bastantes ejemplos de arquitectura colonial. Sorprende la enorme cantidad de gente que pasea por sus calles, sus mercadillos, sus galerías comerciales. Se puede visitar el Palacio de la Moneda.

También está emergiendo el centro moderno de la ciudad, con espectaculares edificios, sedes de empresas y de oficinas, modernos restaurantes y bares de copas y todas las grandes tiendas de las cadenas internacionales.

Desde los cerros que han quedado integrados en la ciudad y que ahora se han convertido en parques, se disfrutan bonitas vistas de la ciudad y si no fuese por la contaminación, se vería el fondo de la ciudad dibujado por la cordillera andina, casi siempre nevada.

Sí hay dos lugares de Santiago, que por su encanto, me gustaría recomendar: el primero, el mercado central. Lo singular se contempla desde dentro por dos motivos, el contenido y el continente. El contenido porque es proverbial la riqueza de los pescados y mariscos chilenos y disfrutarlos en sus puestos es una experiencia para los sentidos, el continente porque por dentro es un edificio con una espectacular cubierta metálica, al estilo Gustave Eiffel. Recomiendo vivamente comer en alguno de los restaurantes del mercado, especialmente en Dónde Augusto (nada que ver con Pinochet). Por supuesto pescado y marisco. El segundo lugar con encanto de Santiago que recomiendo es la visita a La Chascona. Es una de las casas de Pablo Neruda, la adquirió para una de sus amantes, la Chascona. Es una visita preciosa que dice mucho de la personalidad de Neruda. Dar un paseo por el barrio en las faldas del cerro en el que se encuentra la casa nerudiana también es muy recomendable, ya que está lleno de preciosas casas y villas, todas diferentes y originales.

 

 

5 - Y ya por último.

 

Muchos son los lugares de Chile que se pueden visitar y que merece la pena hacerlo. Los que yo he comentado son quizá los más llamativos. De todos modos me arrepentiré toda la vida de no haber ido a la isla de Pascua, si vas a Chile, no te la pierdas. Y si tienes algo de tiempo libre por no estar muy apretado de tiempo, desde Santiago recomiendan una excursión al cajón del Maipú y otra a Valparaíso y a la otra famosa casa de Neruda: Isla Negra.

Desde la Patagonia, pasar a Argentina y visitar el glaciar Perito Moreno, son unas cuatro horas en coche, más los trámites de aduana.

 

Los chilenos: en general extremadamente amables, suaves y sencillos en el trato, calmosos, educados, muy lejos de sus exuberantes vecinos argentinos, tanto en continencia verbal como gestual y desde luego en el tono de voz.

 

La comida. Si engordas en Chile, es que el viaje ha entrado dentro de lo razonable. La comida es excelente simplemente porque la materia prima es extraordinaria. Gran variedad de pescados y mariscos, excelentemente preparados, frescos, provenientes de sus riquísimas pesquerías. La carne, mejor aún, si cabe, la pampa produce un vacuno inmejorable y un cordero muy bueno. Además todo se riega con excelentes vinos, ya que el clima del valle central de Chile es perfecto para la producción vitivinícola. Destacan las variedades Merlot, Syrah y Cavernet-Sauvignon, aunque también produce buenos blancos. Su tierra fértil y rica produce ubérrimas cosechas de frutas y verduras, así que las buenas guarniciones y postres están garantizados. Son típicas las empanadas, que no se parecen demasiado a las nuestras. Y nada más.