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Rincón de Ailene y Miguel Án

CARTA AL CIELO

CARTA   AL  CIELO

Hace unos días un amigo, Gatopardo, me hizo recordar a un albaceteño imprescindible, Juan José García Carbonell. Como tardío homenaje coloco aquí una carta que le escribí hace seis años (con la excusa de un concurso literario sobre la navaja).

CARTA AL CIELO

"Que por mí vayan/ todos los que ya las olvidan, a las cosas;/ que por mí vayan/ todos los mismos que las aman, a las cosas".

Juan Ramón Jiménez

Albacete, verano de 2000

Poeta Juan José:

Se te extraña. Hay un hueco sombrío en nuestra Mancha de silbos enamorados que te nombran. Te requieren los olivos y majuelos, los oceános dorados de mieses cimbreantes, las moliendas y besanas, vilanos y septiembres, los barbechos en estío y cada crepúsculo primaveral. Te requieren para cuajar preciso el paisaje, el detalle sentido, el matiz adecuado. Necesitan tu figura y tu verbo, la palabra hecha gasón, gario, estabón, tría, navaja, tantas veces corazón; verso en la piel, cátedra en la voz. Albacete está sembrado de tu ausencia precisando atardeceres sin ocaso, resintiéndose de un adiós que no le supo a acabamiento (no hay muertes ni fronteras para amores verdaderos). Faltan palabras. Juan Ramón Jiménez las demandaba a la inteligencia: "Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas. Que mi palabra sea la cosa misma creada por mi alma nuevamente." García Lorca lo intuyó: "Ser poeta es haber nacido con el genio de llamar a cada cosa por su nombre." Poeta Juan José, por eso así te llamo y por eso mismo tus sonetos que nos faltan hacen huérfanos sentimientos y objetos, por eso mismo saben los molinos de nuestros llanos que con tu muerte sus muelas y soleras se acercan más al olvido -han perdido su penúltima batalla los gigantes de Merlín y las Quiterias redivivas-; y por eso mismo unas cachas de navaja fileteadas de ferias innúmeras echan en falta no tanto el tacto de la mano preñada de rimas y surcos trabajados, como a su voz. Poeta Juan José, manchego aedo de lo sencillo, juglar cabal de la navaja. "Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas", susurró Juan Ramón, y tú te adueñaste de tan noble empeño. Te diré que aún es temprano, que sólo el tiempo envejecido mostrará cuán grande fue tu labor al descubrirnos las excelencias de esa maravilla que con tan poca poesía los diccionarios definen como cuchillo cuya hoja puede doblarse sobre el mango para que el filo quede guardado entre las dos cachas o en una hendedura a propósito. Tu verso enamorado descubrió a muchos manchegos que la faca de nuestros abuelos era motivo de serio orgullo, no un estigma que humillaba nuestra tierra allende sus límites. Con tu mismo agrado te escribo que el cronista de la ciudad de Jerez de la Frontera se ha maravillado al comprobar que las típicas navajas jerezanas, reclamo de turistas malamente bronceados por los soles andaluces de abril, llevan en su hoja el nombre de Albacete. La curiosidad nos llevó a comprobar que la capaora que hoy se exhibe en el Museo Taurino de su ciudad, obsequiada por el malogrado diestro Chicuelo II a un subalterno jerezano poco antes del viaje de regreso de América en el que perdería la vida, se fraguó en las albaceteñas y artesanales manos de Martínez. Te diré que en Toledo, en los comercios que adornan y colman las empedradas calles que parten de Zocodover hacia el centro, los clónicos orientales creen estar comprando unas pequeñas muestras del afamado acero toledano y lo que incluyen en sus maletas son navajas de Albacete (los escaparates de la vetusta calle Comercio y de los alrededores de la catedral primada de España cabalmente dan fe de lo que cuento); que la paradoja se recrea y actualiza en los singulares y autóctonos cuchillos canarios, patrimonio exclusivo del archipiélago, que llevan tiempo siendo fabricados por cuchilleros albacetenses en cantidades cada vez mayores para ser enviados a las islas. Extraño ha sido el lugar visitado con cierto detenimiento en que no me haya tropezado con la enseña de nuestra ciudad: en la cubana Camagüey se conserva el uniforme y equipamiento completo de uno de los soldados españoles que rindió la isla a sus moradores; junto al mosquetón reglamentario, se alinean un machete y una herrumbrosa navaja de filo desdentado, debajo de la cual puede leerse: "Navaja de Albazete (sic), arma traicionera muy del gusto de los sediciosos". Más al sur de la isla, en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en los camarines destinados a recoger exvotos, entre una Biblia inmensa ofrecida por el presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, y unas fotografías de balseros de Santa Clara que arribaron sobre neumáticos de camión a la base naval estadounidense de Guantánamo huyendo de la dictadura y penuria castrista, se encuentra una pequeña bolsa con billetes de la República Española, una insignia militar y una navaja albaceteña de cachas rotas entregadas a la Virgen por Domingo Mestre, militar exiliado junto a brigadistas internacionales desde nuestra pedanía de Santa Ana al término de la Guerra Civil. En los puestos de antigüedades de Punta Arabí, en la ibicenca Santa Eulalia, un estrambótico mercachifle ofrecía tres piezas artesanas, una de las cuales, navaja de factura muy semejante a las de estilete, perteneció, según él, a un curial que habitó en 1.754 el bastión de Santa Tecla, junto a la catedral, en lo que hoy es parte del Museo Arqueológico de D'Alt Vila. El clérigo murió confinado en esa torre por haberse opuesto a la disolución de la Universidad, nombre dado al gobierno local que durante seis siglos rigió los destinos de Ibiza y Formentera, cuando las tropas castellanas entraron en el casco histórico. Verdad o embuste de charlatán de feria lo cierto es que en la base de la hoja de la navaja podía verse, junto a una estrella ruginosa de tres puntas, el nombre de Albacete.

Abderraim Jaqued conserva en su comercio aledaño al zoco principal de Tánger una navaja diminuta cuya hoja se esconde en una original cruz de nácar, y aunque sin inscripción, no puede negar su nacencia manchega. Un legionario se la cambió a su padre por tabaco picado a mediados de siglo. Me explica Abderraim que el desconchado de la cachas se debe a que el Cristo que sobre ellas descansaba tuvo que ser arrancado para evitarse problemas cuando las autoridades del país endurecieron las leyes en contra de cualquier religión que no fuera la islámica.

Años atrás, visitando lo que fuera el campo de concentración de Dachau, en Alemania, en los paneles fotográficos inmensos que recubren las galerías, el que exhibía los objetos peligrosos requisados a los presos contenía la imagen inconfundible de una navaja tranchete. Su silueta destacaba por encima de barrotes afilados, bayonetas partidas, latas puntiagudas... En las listas de personas que murieron en el campo de exterminio -interminable elenco conservado en mármol- menudean apellidos españoles, por lo que no es descabellado aventurar el origen de esa navaja.

Juan José, poeta, ya ves qué extensa es la geografía de nuestra navaja, la que tan buen valedor encontró en ti. Acaso se deba a que las gentes de este trozo de sierra y Mancha hayan tenido que conquistar tierras lejanas por derrotar el hambre llevando consigo uno de sus útiles más modestos y preciados. Tú lo dijiste bien, hoy podemos adornar los filos con poesía y bonitas tradiciones (recibir una peseta al regalar una navaja, cortar con grandes navajas el pastel nupcial, por ejemplo), pero hubo un tiempo en el que poca literatura cabía entre las dos cachas: las épocas de trenes atestados de hambreados campesinos rumbo a larguísimas campañas en la vendimia francesa, la de los éxodos a Alemania u Holanda buscando qué rebanar con la faca para llevarse a la boca -no era entonces ociosa la expresión de comer a navaja, no daban los jornales para comer de cubierto ni de ningún otro modo-; los años en los que una buena navaja no servía tanto para ser admirada en un lugar preferente del salón como para podar las ganchas de los olivos jóvenes, vendimiar las rojales de los majuelos de rastras, cortar la goma o el caucho con el que remendar la suela de las abarcas feriadas por necesidad en septiembre, apañar el pan del avío del almuerzo intentando estirar la miga hasta lo indecible, sajar las telas de costura (las tijeras fueron hasta no hace mucho lujo de pudientes)

"Que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas", siguió diciendo Juan Ramón Jiménez. Y al tanto tú lo secundabas. ¿Quién diría hace veinte, quince años que en los umbrales del nuevo milenio la navaja no sólo aguantaría el tirón de un progreso cada vez más vertiginoso, sino que resurgiría de incomprensibles olvidos? Lo defendiste con voz valientemente emocionada, clarividente, rodeado de amigos, delante de cuchilleros y algún político: "No se merece la navaja que la mezclemos en política." Tu verbo se hizo navaja y acampó por Albacete, en la sierra y en los llanos, en secanos y regadíos. Como siempre, porque tu aprecio hacia lo sencillo, hacia lo albaceteño, no supo de modas. Por ti fuimos a nuestras cosas los que ya las olvidábamos, y también por ti las aprendimos a amar. Lo triste es no contar con quien quisiera dedicarse a rastrear con el método y el rigor que a los aficionados nos falta las huellas de nuestras navajas por todo el planeta; ¡qué bonito y necesario sería respaldar con ensayos o tesis lo que conoce nuestro corazón y nuestra modesta experiencia, pero ignoran los escritos! Recitaste un día: "Mi fe redobla a tambor;/ cuando paso por Tobarra/ huelo a palillos en flor." Pregonaste a los tobarreños la necesidad de cuidar sus tesoros, y te hicieron caso, hoy ya tienen el Museo del Tambor (peor suerte corrieron en Madrigueras, que han dejado caer en el olvido lo más preciado de su local herencia, las romanas. Curiosamente éstas son más conocidas y apreciadas en el extranjero que en el propio pueblo). Tantas veces nos hablaste de la navaja en tal sentido y con la autoridad de la experiencia y el cariño que no entiendo, Juan José, por qué aún no dispone de su propio museo. Cada año que pasa es una ocasión que se pierde: los viejos cuchilleros, los vendedores de navajas de la estación, los más entendidos por edad, que no, tal vez, por ciencia, no son eternos; con sus muertes se le hurtan pedazos irrecuperables a la historia. A muchos como tú se debe que la idea no descanse en vía muerta.

Te diré que el monumento al cuchillero del Altozano parece que sonriera algo menos que otrora, también siente tu partida. Una vez más el tiempo te ha dado la razón: monumento al cuchillero, no al cuchillo. Porque es la persona la que da vida al objeto, la que lo desgracia utilizándolo para segar vidas humanas, para perpetrar atracos, para atemorizar a inmigrantes, y quien lo enaltece y dignifica afanándose en su cuidadosa elaboración, en su recto uso en el hogar y en el trabajo, en nuestra artesanía.

Te gustará saber que a miles de kilómetros de nuestras planicies Antonio Banderas regaló a Woddy Allen una soberbia navaja bandolera facturada en Albacete; que Phill Collins y Blondie Moore se llevaron como recuerdo de su estancia en España un mantón de Manila y una navaja albaceteña; que el acero que don Juan Carlos I sigue llevando en sus cacerías es el nacido de las manos del paisano Expósito años ha; que César Pérez de Tudela grabó su nombre en un milenario tronco de la Amazonia sirviéndose de un curioso machete con detalles de navaja de espejillos que un servidor tuvo el honor de regalarle. Pero más aún te agradará conocer que hay un anciano matarife en Alcaraz que compró una nueva cabritera en tu última Feria para aviar gorrinos en las matanzas de San Martín, legándole la vieja a su nieto; que en las senochadas junto al Molino de la Bella Quiteria al amor de una buena lumbre y de unas respetables viandas las navajas de nuestros artesanos siguen reflejando brillos al pescar en las sartenes delicias de gorrino; que Prieto, el de la Roda, no ha perdido la buena costumbre de podar con su navaja tranchete; ni Menudo, el carpintero almanseño, de rematar sus mejores facturas con la vieja navaja familiar.

Poeta Juan José, se te extraña. Y por mucho que sea el tiempo transcurrido los paseos de los redondeles de la Feria seguirán echando de menos tu camino cada vez más cansado y cada vez más apasionado en busca de ese puesto con piezas extraordinarias con que asombrar a tus nietos (aún quedan párvulos, gracias a Dios, que prefieren el prodigio de unos muelles de navaja desperezando su canción antigua antes que el soniquete de los teléfonos móviles o las melodías alienantes de los videojuegos). Este septiembre, en la exposición, dejaremos hueco para la mejor navaja, la que a buen seguro estás trabajando con los materiales que más amaste: el metal de la corona de la Virgen de los Llanos y de Nuestra Señora de los Remedios, el marfil de sus tronos como cachas y el brillo azul de nuestros atardeceres infinitos como destello -nadie te reprochará que su estuche esté acolchado con el algodón de las nubes o la escarcha de las alas de los ángeles de la guarda de todos los cuchilleros albaceteños-.

En tu tierra y entre tu gente.

(Para Juan José García Carbonell. In memoriam)

Nota a día de hoy, agosto del 2006.- Por fin se hizo el Museo de la Cuchillería, y merece la pena visitarlo.

 

 

1 comentario

Gatopardo -

Gracias en nombre de todos los que echamos de menos a Juan José.
Un abrazo solidario.
PD
Aunque no sea la mejor representación de las mujeres, prometo solemnemente que soy amiga, no amigo.