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Rincón de Ailene y Miguel Án

DE ORINES, ANÓNIMOS Y TUAREGS

DE ORINES, ANÓNIMOS Y TUAREGS

Hoy mi padre está que echa las muelas. Se ha empeñado en que tengo que hacer el pis en el orinal y no hay manera. En cuanto me siento en el trono rojo de plástico de la tienda de los veinte duros se me van las ganas. Y así pasa, que ya me he meado tres veces encima por no quererme poner el pañal, y está la casa que da asco verla, con huellas de pisadas diminutas y no tan diminutas indicando quién fue el último incauto que no vio el charquito color cerveza. Entre eso y los anónimos de internet y la jugada trece-catorce que le ha hecho Vázquez Figueroa se le ha mudado la color del rostro.

Me da un beso y dice que no pasa nada, pero no lo parece por la cara que pone cuando tiene que ir a por la fregona una y otra vez.

Me da un beso y dice que lo de los anónimos es una tontería, pero no lo parece por la cara que pone cuando tiene que pasarse un cuarto de hora limpiando la bandeja de entrada y revisando si se le ha metido algún indeseable en el disco duro.

Me da un beso y dice que más pierde Vázquez Figueroa, pero no lo parece por la cara que pone cuando tiene que dar explicaciones a Ana, la bibliotecaria de Tarazona de la Mancha.

El caso es que en enero mi padre, que siempre ha hablado maravillas de Vázquez Figueroa, tanto como escritor -cuando era escritor- como persona, que ha presumido de cierta amistad con él por haber compartido alguna tarde en su casa escuchando, embobado, sus proyectos, su pasado, sus futuros, que tuvo el honor de que le prologase un libro, y del que guarda todas las cartas que se han intercambiado..., en enero mi padre, digo -que se me va el hilo-, después de haber estado por segunda vez en la Biblioteca de Tarazona de la Mancha disfrutando del encuentro con los clubes de lectura, gente agradecida y acogedora donde la haya, le propuso a Alberto Vázquez Figueroa, dado el interés manifestado por estos clubes, que, si su caché no era muy elevado, podría acercarse alguna tarde para hablar de sus libros y de su vida con estos buenos lectores. Desde el primer momento dijo que sí, que sin problemas, es más, que él no cobraba por este tipo de actividades. Estupendo. Mi padre, más contento que un tonto con una pita, así se lo comunicó a Ana. Al querer concretar la fecha, Vázquez Figueroa lo pospuso para más adelante. En principio iba a ser para junio; tiempo habría. De vez en cuando mi padre se comunicaba con el escritor renombrado para ver si todo seguía adelante, y el escritor renombrado confirmaba y confirmaba, pero sin dar fecha. A un mes vista del encuentro Vázquez Figueroa seguía dando largas, aunque sin bajarse de la burra de que ir, iría a Tarazona. A dos semanas vista mi padre, algo mosca, le propuso dejarlo para el curso próximo, si no encontraba fecha libre en éste, pero Vázquez Figueroa (le voy a borrar el nombre) dijo que no, que no había ningún problema, que había dicho que iría e iría. Ese mismo día mi padre, esperanzado y sufriendo por Ana, que había anunciado la visita del escritor sin poner fecha, le ofrece al buen hombre la primera semana de junio, para que elija el día. Contesta que se encuentra en el Festival de cine de Cannes (como dato irrelevante pero bien aparente), que le va bien esa semana, por lo que acto seguido mi padre acuerda con él que el día 5 de junio, a las cinco y media, tendría lugar el encuentro. Sin problemas. Se le dice a Ana y ésta lo anuncia como se merece, no todos los días va un escritor de la talla del autor de Tuareg a Tarazona de la Mancha. Pues bien, al día siguiente ese autor le escribe a mi padre un correo que no tiene desperdicio, en el que, en resumen, viene a decir que la agencia que le lleva la agenda se ha enterado de que va a ir a Tarazona a dar una charla y que esa agencia siempre cobra un veinte por ciento de sus honorarios, que son un mínimo de seis mil euros, y que esa agencia no entiende que lo haga gratis, por lo cual no va a ir a dar la charla y encima perder dinero. Lo siento mucho, perdón por el perjuicio, pero eso me pasa por ser tan bueno, le dice a mi padre, que leía con ojos como platos el correo. Mi padre no es tonto, pero a veces lo parece y a veces se lo hace, así que, sin saber en qué estado de ellos se encontraba le contesta inmediatamente que no se preocupe por el dinero, que es una guarrada pero que como él ya había dado su palabra de que Vázquez Figueroa iría a Tarazona y lo haría sin cobrar, él mismo pondría los mil doscientos euros aproximadamente con los que tendría que contentar a la agencia en cuestión. Alberto Vázquez Figueroa contesta que no puede permitirlo, que lo intentaría arreglar cuanto antes. Mi padre le ruega que le conteste de inmediato si no va a poder ir, pese a la oferta del dinero, él insiste en que lo arreglará, que ha dicho que iría, e iría. Por eso traslada ya el asunto a Ana, de quien le da el correo electrónico y el teléfono a Alberto para que le diga si va pernoctar en Tarazona y ultimen algunos detalles del acto. Un día antes del acto mi padre recibe un correo del escritor diciendo que se encuentra en Lanzarote y que no regresará hasta el jueves o el viernes. Ya no tiene remedio. Así se le hace saber a Ana, que supongo que se acordaría del escritor, del intermediario y de las madres que apadrinaron semejantes partos. En Tarazona se habían vendido muchos libros de él porque la gente quería que se lo firmase, se había levantado mucha expectación, y Ana tuvo que tragar lo indecible al anunciar la cancelación del acto. Ella, prudente, dio como explicación que al escritor le habían surgido cuestiones personales. Mi padre, seguro, habría dicho otra cosa, pero así le va en la vida. Se limitó a enviarle un mensaje al admirado narrador en el que le agradecía los favores prestados y le prometía no volver a molestarlo jamás, más que nada para que nadie, por muy famoso que fuera, lo volviese a dejar con el culo al aire, que para eso ya se bastaba muy bien él solico. El admirado narrador contesta muy ofendido diciendo que esas cosas le pasan por intentar hacer el bien y gratis, que había tenido que hipotecar su casa y la barca porque tenía que hacer frente a una demanda de dos mil euros por la cuestión de las plantas desaladoras, y que siente haber fastidiado a quien pensaba sacar dinero con su ida a Tarazona. Pues muy bien. Añade que el día que vaya a Tarazona lo hará sin cobrar ni un duro, y mi padre piensa que el problema ya no está ni ha estado nunca en el verbo cobrar, sino en el verbo ir. Mi padre encima tiene que aguantar que se insinúe que se iba a lucrar por ser el intermediario, cuando a punto estuvo de costarle la fiesta la tontería de mil doscientos euros, calderilla para algunos, pero un pico muy grande para el que hoy a adoptado a la fregona.

Ana, bibliotecaria sufrida, también le escribe un correo mesurado indicándole, creo, que así no se hacen las cosas. Recibe una contestación de persona ofendida, en el que se dice que si no ha tenido paciencia para posponer unos días el encuentro ya no es problema suyo. Los correos que mi padre conserva (es un sentimental para estas cosas) indican que esa paciencia ha durado cinco meses y veinticuatro días, que ya está bien. Y dice la muchacha que dónde están los valores que el escritor pregona en sus libros y por los que un día quisieron que fuera a hablar a los lectores del club. Mi padre dice que les debe una disculpa pública a los clubes de lectura de Tarazona y, en especial, a Ana, por lo que anda tecleando no sé qué en el ordenador.

Lo peor va a ser cuando acabe y se dé cuenta de que, no sé cómo, hay otro charco alrededor de mis pies.


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7 comentarios

jesús panadero -

esto de los foros y los blog siempre es lo mismo: la gente se oculta tras la red para insultar y atacar, aunque bien mirado,esto es lo propio del gremio de los letraheridos, que a falta de obra propia se dedican a atacar la ajena.
Por mi parte, he leído poco a Vazquez- Figueroa y no me interesa demasiado( es mi modesta opinión). A Miguel Ángel también lo he leído, no demasiado, y su literatura, para mí, es respetable aunque no me dice demasiado. No obstante, desde aquí mi apoyo a la persona y al escritor que defiende a cara descubierta su verdad frente al anonimato del enemigo que no deja ver.
Salud!

Pepo -

Que le den al Vazquez Figueroa. No soporto a los que van de estrellas y hace un millón de siglos que no escriben dos letras con sentido. Ali en el país de las maravillas es un bodrio infumable.

Carmen -

No te preocupes, Miguel, que nadie te ha dejado en mal lugar. Demasiado has hecho intentando traer a un escritor famoso a estos clubs. Gracias de todos modos.
Un beso y gracias por corregirme el cuento.
Carmen

l'agüela heavy -

Hijo mío, y yo que me hacia ilusiones de que dejaras el color rosa, dejaras de dar caña, y te pasaras a comentar lo supermegaguay que canta Enrique Iglesias...
Y ya me veo a unos cuantos con alzacuellos haciendo charquitos a sus pies...
Ha quedado tu bitácora elegantísima, eso sí.

Gatopardo -

Pues con una fregona en la mano estabas más atractivo, y cuando escribe Ailene en tu lugar, menudo cambio.
El rosa chicle masticado está muy indicado si piensas salir del armario o nos vas a deleitar con una bitácora de adolescente admiradora de los "triunfitos", y creo que darían un suspiro de alivio muchos...
Piénsatelo.

Para la agüela de parte de mi padre (sin fregona ya) -

Tomo nota del consejo, que me vendrá bien.
Otra cosa, ¿qué tal la nueva combinación de colores?
El rosa chicle masticado no hay forma de cambiarlo. Aparece en todas las plantillas.
Un saludo
Miguel Ángel

l'agüela a la creadora de charcos -

Cariñete: es genial que puedas hacer charcos sin que llueva, y sin darte importancia.
No sé si te acordarás de darle un recado a tu padre, cuando deje la fregona: dile de mi parte que los escritores, los pedagogos y los actores tienen el ego de cristal de Murano y la capacidad para ponerse en pellejo ajeno inexistente. Que le tome cariño a todos los que quiera, pero que no confie en sus buenas intenciones porque son de consistencia gaseosa.
Y para la colección de anónimos, que guarde éste, firmado
l'agüela heavy